martes, 11 de marzo de 2014

Artificios y Títulos de Nobleza



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En esta calle, en la casa de la esquina, vive el Asesino; justamente enfrente vive el Ladrón, un poco más allá el Enamorado y, al fondo, vive sola, la Reina. El día está nublado y al sol no se le ocurre asomarse por esta calle; a decir verdad, se trata de una calle miserable. El Asesino es un hombre tranquilo, que sería benevolente y amistoso, de no haberle tocado en suerte esa profesión que, por otra parte, le gusta. Naturalmente, jamás ha matado a nadie, pero pasa todo el día dedicado a proyectar despiadados homicidios, y ha reunido en su casa armas de todo tipo, que no sabe utilizar. Por todo ello, recibe una modesta pensión, dirigida al Señor Asesino. El hecho de ser Asesino le permite algunas experiencias que en caso contrario le estarían negadas: los sentimientos de culpa, el temor a ser descubierto, la necesidad de borrar cualquier huella, el arrepentimiento y la esperanza en una contrición final.
Sólo sale de noche, cuando está seguro de que no hay nadie por la calle; le gustan las noches de lluvia. Para sobrevivir, confía en la cortesía del Ladrón, que nunca ha robado nada pero que está dispuesto a cumplimentar todas las tareas que le sugiera el Asesino. El Ladrón es flaco, delicado, tímido, silencioso; puede llegar a espaldas de un gato sin que este se dé cuenta. Sus manos son precisas, elegantes, eficientes; pero nunca robará nada; le gusta aquel conjunto de orgullo y de inseguridad que es patrimonio del ladrón. Está constantemente dispuesto a la fuga, pero valeroso y altivo como un caballero. Sabe mentir, pero no miente. Sabe abrir cualquier cerradura, pero una puerta cerrada le detiene. Nadie, sin embargo, podrá robarle jamás la dicha de ser el Ladrón. El Enamorado ama, pero no tiene mujer a la que amar. Así pues, suspira, escribe delicados poemas que lee al Ladrón, que tiene oído para el ritmo. Tiene a punto un hermosísimo traje de bodas, que se pudre lentamente en el armario. Compra flores cada día, y las deja marchitar. Es desgraciado, cosa de la que se alegra. A veces el Ladrón, el Asesino y el Enamorado se enfrentan a un nocturno y sobrio deseo, y hablan de la Reina, que ninguno de ellos ha visto jamás. Piensan que su invisibilidad es muestra de un gran señorío, y el Asesino se considera su Ejército, el Ladrón su Ministro y el Enamorado su Príncipe consorte. En ocasiones se les ocurre sospechar que la Reina ha muerto, cosa que aún es más señorial, o que nunca ha existido, lo que ya sería la nobleza perfecta. Pero una vez llegados a este punto los tres se sienten inútiles y callan.

Giorgio Manganelli